Dicen que al estar cerca de la muerte uno ve su vida pasar ante sus ojos en forma de diapositivas. No podría imaginar algo así, mi imaginación no llega a tanto. En mis 17 años he recopilado muchos e importantes recuerdos que he ido guardando en mis bolsillos y zapatos. Sería precioso ver una recopilación a cámara rápida. Pienso que soy afortunado por tener una historia como la mía. Las hay mejores, pero no son mías. Tengo muchísimos recuerdos simples y desordenados pero los amo profundamente.
Una tarde sentí que algo me llamaba desde la playa, cogí mis patines y fui. Recuerdo que al llegar me calcé, estuve andando un rato por la arena y me senté. No sabía qué hacía allí, pero era el sitio en el que tenía que estar en ese momento. Un mosquito vino a mí a romper mi tranquilidad y apartar mi concentración de mis dudas. Parecía que me estuviera echando. Me puse de mal humor y me negué a levantarme. El mosquito desapareció. Unos segundos después volvió acompañado. Entonces sí que tuve que levantarme y cambiarme de sitio. Tampoco sirvió de nada, no encontré lo que buscaba. Vi algunas parejas que paseaban de la mano a la orilla del mar. Era bonito, pero no fui allí para ver eso. El cielo estaba anaranjado por la puesta de sol, cuando empezó a oscurecerse volví a ponerme los patines y volví a casa. Quizás me equivocas de día, quizás de sitio, quizás no miré bien, pero algo había ahí para mí.
Recuerdo la primera carcajada con mi mejor amiga. Habíamos quedado para comer fuera, en el parque. Habíamos llevado bocatas, y mientras comíamos nos fotografiábamos. La cámara estaba relentizada y tardaba mucho en pasar de una fotografía a otra. Ella hizo un chiste al respecto y me reí tanto que decidí guardar el recuerdo. Ese día supe que esa amistad iba a crecer.
También veo con claridad el momento en el que vi mis queridos zapatos marrones. Nunca he puesto empeño en la ropa, y menos aun en los zapatos. Pero esos me llamaron. Recuerdo que al probármelos sentí que me quedaban pequeños. Fingí que eran cómodos. Pocos días después tenían la forma de mi pie, y desde entonces son los zapatos más cómodos que he tenido. Hoy día están rotos, y empeoran por momentos. Creo que va siendo hora de despedirme de ellos. Quizás el problema está en que ya no caben más recuerdos dentro de ellos.
También recuerdo aquella noche no muy calurosa en la que estaba en la playa con unos amigos. Decidí bañarme, y alguien a quien no aprecio demasiado decidió acompañarme. Nos desvestimos y quedamos en boxer. Su compañía no era tan desagradable como siempre. Me limité a quedarme quieto flotando. No se apreciaba el horizonte, así que el cielo y el agua parecían estar unidos. El cielo estaba totalmente lleno de estrellas, y yo sentía que flotaba entre ellas. Qué cursi, y qué recuerdo tan bonito.
Supongo que en los años que me quedan podré recopilar mejores recuerdos y guardarlos en zapatos nuevos. Supongo que tendré que esforzarme para poder tener unas bonitas diapositivas en mi momento final.
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