Se trata de un espejo redono, de una lista de tareas escrita con tinta roja, de un rey de capa naranja que hace que el mundo gire, de unos cuarenta ponis deseosos de ser tachados y de una caja llena de conchas aún con arena. Se trata también de una historia en la que se cruzan tres ángeles, otra en la que la música une a los enamorados, otra en la que un sueño juega con la fe. Se trata de los ojos azules, capaces de reflejar una puesta de sol robándome un "wow", capaces de recordarme que existe algo más, capaces de hacerme confundir el dorado y el blanco. Se trata de los locos y locos sin sombreros, de las sombras, de la chica que espera asomada al balcón. Se trata de la corona que a veces se me cae, de la sonrisa que a veces olvido, de la cabeza que siempre pierdo. Y es que nada acaba y más empieza, y me piden que salte, que salte con fuerzas, quizá mostrando fe, quizá mostrando arrogancia, pues los antifaces se contradicen. Y lo escrito se repite.
Soplé fuerte, pero esta vez me quedé a medio camino. No era este lado ni el otro. No había llegado al reino de nadie. Simplemente estaba en ningún sitio. Simplemente estaba. Simplemente.
Y en la oscuridad se aproximan dos reflejos de mí. Sonrientes, enmascarados. Y entre pregunta y pregunta mostraban su mofa.
- Es tiempo de elegir, y tú siempre eliges mal.
No contesté pero me respondí a mí mismo. Me dije que me quedaría estático, y cómo no sabía cuando empezar, empecé en ese mismo momento, y me quedé allí, de pie, quieto. Hasta que la oscuridad se deshizo arenosa. Y cayendo al suelo como un gran telón de terciopelo negro, dejó ver los árboles del bosque del otro lado. Había llegado. Y no sabía qué camino elegir. No sabía a quién quería ver.
Soplé fuerte, pero esta vez me quedé a medio camino. No era este lado ni el otro. No había llegado al reino de nadie. Simplemente estaba en ningún sitio. Simplemente estaba. Simplemente.
Y en la oscuridad se aproximan dos reflejos de mí. Sonrientes, enmascarados. Y entre pregunta y pregunta mostraban su mofa.
- Es tiempo de elegir, y tú siempre eliges mal.
No contesté pero me respondí a mí mismo. Me dije que me quedaría estático, y cómo no sabía cuando empezar, empecé en ese mismo momento, y me quedé allí, de pie, quieto. Hasta que la oscuridad se deshizo arenosa. Y cayendo al suelo como un gran telón de terciopelo negro, dejó ver los árboles del bosque del otro lado. Había llegado. Y no sabía qué camino elegir. No sabía a quién quería ver.