viernes, 11 de septiembre de 2009


Estaba a punto de volver a casa, pero me decidí a presentarme, estaba deseando conocerle, así que me acerqué y saludé. Todo fue bien, algunas carcajadas, y alguna sonrisa, pero mi tiempo se agotaba, y como en aquel famoso cuento, tendría que salir corriendo para volver a casa, para volver a mi vida. Pero mientras me alejaba de él, paso a paso, sentía más y más ganas de volver atrás. Fue entonces cuando alguien me dijo que volviera para pedirle algún medio de contacto; era la excusa perfecta para volverle a ver. Corrí a donde los había dejado, pero ya no estaban, seguí corriendo hasta encontrarles, pero solo me esperó su amigo, pero pude verle a Él aunque fuese de lejos.

Ya no tenía más razones para volver. Fui a casa, me desvestí y acosté, pero era imposible dormir con tanta alegría dentro, con esa sensación que tanta gente había descrito, las mariposas en el estómago, una de ellas no se contentaba con hacer cosquillas con todas las demás, subió hasta mi cabeza y gritó, gritó que fuera a su encuentro, que no le dejara ir. Me vestí de nuevo, cogí las llaves y corrí por las calles llorando como nunca, muriendo de amor.



Le encontré al fin, le miré, me miró, me paré, se acercó, iba a besarme, y desperté. No había ningún beso, ninguna mirada, ninguna calle ocultando mi llanto, pero sí quedaba aquella maldita mariposa torturándome, piéndome lo que tanto deseaba.


Desperté a las 7:30 de la mañana, mis padres y mi hermana habían salido por diferentes razones, nada me impedía salir de nuevo.
No sirvió de nada correr, ni rezar, solo encontré los restos de lo que antes fue una fiesta, lo que antes fue el lugar donde viví aquel precioso momento.
Ahora solo tenía una mariposa consolándome, recordándome mi destino, y haciéndome dudar si era aquel chico quien lo cumpliría. Después de todo... aún me quedan 8 años y medio.