martes, 26 de abril de 2011

¿Recuerdas aquella vez que me leíste un cuento antes de dormir? Me sentí como el niño que nunca o siempre fui. Contigo siempre soy un niño, como aquel ilusionado con su juguete de la feria o el que salta de alegría porque tiene chocolate.¿Recuerdas cuantas veces hablamos del futuro? Tantas veces fueron, y el futuro ha llegado. Se nos escapa el verano. Casi te has ido y aún no me he despedido, pues tampoco he sabido cómo. No quiero inundarte la mente con recuerdos sobre patines, ni canciones de La Oreja de Van Gogh. Solo quiero que te vayas con buen sabor, y con ganas de volver. Quiero que te lleves aquel dos de corazones y ese collar que hice con tus perlas. Quiero que recuerdes que a falta de serendipidades nos sobran casualidades. Que Madrid queda lejos, pero siempre tendremos veintitrés razones para volvernos a ver.

martes, 19 de abril de 2011

¿Sabes? Cuando era pequeño, siempre que había fiestas en el pueblo, y venían puestos como ese, mis padres me compraban un juguete, solía ser un digimon. Yo miraba los puestos todos los días e intentaba elegir el más bonito para que me lo comprasen el último día. Desde entonces, aunque ya haya pasado mucho de eso, no puedo evitar girar las cabeza mientras ando al lado de uno de estos puestos, mirando los juguetes e intentando elegir el más bonito, aunque luego no lo compre, pero tengo que hacerlo, elegir el más bonito.
Un anciano da de comer a las palomas mientras un adolescente indeciso se monta en un autobús. La susodicha paloma vuela buscando un árbol de su gusto mientras el adolescente se aproxima a su destino. Poco después, con la paloma ya asentada en un frondoso y enorme árbol, el adolescente se sienta junto a otro chico en un banco de la plaza central. Ambos guardan silencio y el tan nombrado adolescente decide apoyar su cabeza en el hombro de su compañero, sin pensar que esto podría ocasionar un bigbang en éste. Y debido al destino, a la casualidad, al karma, al azar, o a ese abuelito que le dio de comer a la aventurera paloma, ésta, que tiene el estómago lleno, decide aclarar las dudas del adolescente y apagar el bigbang del acompañante con un precioso regalito.

Algunas horas después un rey y un príncipito, que a riesgo de parecer pobres, y siendo ricos en abrazos, deciden dormir en la playa, a pesar del frío, de la oscuridad, y de la poca arena disponible. Se acomodan, hablan, beben, ponen caras de asco, vuelven a beber, siguen hablando y todo eso que siempre ocurre cuando se juntan a dos amigos. Y a pesar de tener una gran corona cada uno, la madre naturaleza, burlona y sabia, toma la decisión de gastarles una broma que les lleve de vuelta a un sitio donde sus letras sean más certeras. El rey grita, el príncipe nota algo en las piernas. Agua, mucha agua. Empapados se levantan aún blancos por el susto, pero sería imposible saber el tiempo que tardaron en empezar en reirse, pues no hay nadie que cuente tan rápido. Y es que estaban mojados, helados, lejos de casa y con los zapatos llenos de arena. Y todos sabemos lo que ocurre cuando la arena entra en un zapato. Que nunca vuelve a salir.

lunes, 18 de abril de 2011

Hoy me desperté odiando lo que ayer deseaba tener.
Soy como un bebé caprichoso que quiere sopa y teta.

viernes, 15 de abril de 2011







Algo bueno se acerca. Ya huele a verano.

miércoles, 13 de abril de 2011

Los relojes de arena tienen una razón de ser, al menos para mí, que a falta de cordura me sobra imaginación. La razón de que existan relojes de arena para medir el tiempo es porque la arena es tiempo. La coges con ambas manos e intentas retenerla pero se escurre entre los dedos.

Ha pasado ya casi un año, y todo sigue dentro de mí. Supongo que no es normal, y es que no puedo confiar en "el tiempo todo lo cura", pues el tiempo es arena, y la arena de mis zapatos es lo que impide andar.

Hoy salí de casa sin peinarme y por el camino vi que tenía la misma apariencia que entonces. Se me han vuelto a brisar los labios y el sol golpeaba mi nuca mezclando el calor con el sofoco del recuerdo.

viernes, 1 de abril de 2011