jueves, 19 de agosto de 2010

Hace pocas noches un buen amigo me habló de una atracción de feria, un laberinto formado con cristales tan limpios que no se pueden ver. Bien, el destino me parece muy parecido a dicha atracción. Desde donde estás puedes ver la meta, es más, está asegurada. Pero un cristal te impide ir en linea recta. Entonces te ves obligado a girar, dejando a un lado esa puerta que deja ver la luz del día.

No comprendo las curvas de este camino de baldosas amarillas.

Cada vez me resulta más dificultoso entender este pequeño mundo que tanto me apasiona. No entiendo sus contradicciones. ¿Mienten? ¿Por qué? A veces el destino dice las palabras necesarias para cumplir lo escrito en lugar de decir verdades que destruirían el futuro. Un trozo de cristal rosa giró en sentido contrario.

No podía comprender lo que pasaba, ni podía comprenderla a ella. La quería, pero no me sentía feliz. Empecé a darme cuenta de que en verdad no comprendía nada. Así que decidí dejar mi planeta e ir a recorrer el universo para intentar aprender algo.


Ahora que todo está confuso y mis ojos se llenan de lágrimas que no caen, dudo sobre el por qué. Una inmensa alegría acompaña al puño que me agarra el pecho.

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