miércoles, 15 de septiembre de 2010

Caminaba por los barrios más antiguos de la ciudad. A pesar de estar el cielo despejado las calles estaba grises y tristes. Los malhumorados ancianos me miraban mal, a ellos no les gustan los forasteros. Uno de ellos se atrevió a mostrar su descontento:

- ¿Qué andas buscando aquí?

- A alguien - contesté con voz tenue pero firme.

- ¿A quién? - insistió mientras se incorporaba en su silla de madera.

- Busco a Fran Costa.

- Aquí no vive. Lárgate.

- Lo sé. No busco su casa. Le busco a él.

- Vete - dijo mientras el gato negro que tenía sobre sus piernas vino a mí.

Cruzamos las miradas, parecía consciente de todo. Me agaché para acariciarle y me mostró su placer ronroneando.

- ¿Tú sabes dónde está él?

El gato negro contestó con un maullido.

- ¡No había pensado mirar ahí!

Me puse en pie sonriente y di un par de pasos antes de parar y mirar atrás.

- Gracias, pequeño, hacía tiempo que no eran amables conmigo.

Y empecé a correr, sonriendo y llorando como nunca. Estaba a punto de cumplir mi destino. Mover una estrella resultaba pan comido si lo comparaba con mi larga búsqueda. Y ahora, despues de mil historias, y cargando con kilos de arena en cada zapato... corro enloquecido mientras planeo cómo hacerle feliz el resto de su vida.

No hay comentarios: