miércoles, 16 de junio de 2010

La casa de arriba

Anduve despacio por ese camino estrecho y lleno de vegetación. Estaba nublado, y el ambiente parecía un tanto tétrico, como en una de estas pesadillas que te recuerdan a las pelis de horror. Por sorpresa llegué a un sitio familiar al que no lo recordaba situado ahí, la casa de mi tío bisabuelo, fallecido mucho antes de mi nacimiento.
Había entrado durante toda mi infancia en esa casa, y siempre pensé que tenía algo especial, hasta que un día me lo certificaron, pero ese, es otro cuento. Entré, todo estaba sucio, apulgarado, y lleno de gatos, sentía como si por ese sitio hubieran pasado varios años, años que yo no daba por vividos.
Entré e investigué un rato, y comencé a sentir fatiga, el suelo daba vueltas y la vista se me nublaba. Entonces vi el antiguo cofre que me regaló mi padre. No entendía porqué estaba ahí, debería de estar en mi cuarto, en mi casa. Mareado me acerqué a él con pasos en falso, tambaleándome de un lado para otro. Casi alcanzaba a cogerlo... pero caí desplomado.
Una cara familiar me despertó ya fuera de la casa. Sólo repetía una y otra vez que mi ventura, junto con la de mi familia, fue un desastre desde que mi abuelo se fue. Yo no entendía nada, mi abuelo no había ido a ninguna parte, y mi ventura hasta entonces había sido adecuada. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y las piezas del puzle encajaban una tras otra. Aquella casa no parecía envejecida, estaba envejecida, por lo tanto, si los años que ésta mostraba, habían pasado realmente, mi abuelo no podía seguir en este mundo... miré mis manos, no podría decir que estuviesen arrugadas, pero sí se notaba en ellas una edad elevada.
Lo que había visto no eran más que las ruínas de una vida efímera que algún día añoraré y lloraré. No es más que un mensaje del tiempo, que intenta recordarme su velocidad e infidelidad. No es más que un miedo cumplido durante unos segundos, y una pena, que tarde o temprano tendré que sufrir.

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